Según nos vamos haciendo mayores miramos al pasado con ternura,
mitificamos lo bueno, y olvidamos lo malo. Nuestra vida va produciendo
recuerdos que disfrutamos como el café, reposadamente. Son los Paraísos
perdidos, aquellos lugares, amigos, amores…
Esos colores, sabores, besos, objetos, olores… forman parte de
historias que con el tiempo pasan a anécdota primero y a mito después.
“¿Recuerdas aquella vez? ¿y como era?”, son típicos en las reuniones con
nuestros amigos, donde revivimos esos momentos con una sonrisa cuando
menos, y una carcajada en el que más. A veces, ya ni recordamos como
realmente eran, sino como contábamos que eran.
Con el paso del tiempo, se va perdiendo empuje, energía, y los días
se van volviendo más monótonos, y es entonces cuando añoramos ese pasado
donde cada día era fresco y nuevo. A fin de cuentas, siempre que uno
llega a un callejón sin salida acaba mirando hacia atrás.
Pero no es justo, sentimos melancolía porque olvidamos las
estrecheces, las penurias o los fracasos amorosos. Cosas que también
forman parte de él, y que nos alegramos de haber dejado atrás.
Recordamos los momentos álgidos, pero olvidamos los bajos. Curioso,
nos pasamos la vida buscando encontrar el término medio, la estabilidad,
la tranquilidad, y cuando lo encontramos acabamos añorando el tiempo
cuando no lo teníamos.
Jose Antonio Rodríguez Clemente
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