Sabido
es de los que me conocen, que lo que me conquista es la ternura. Una
caricia, un par de palabras, el buen trato en definitiva. Pero si lo que
me conquista es la ternura, lo que me seduce es la sensualidad. Y no
hay nada más sensual, que una mujer bailando. Al compás de ritmos y
acordes, ver mecerse las curvas de una mujer es un capricho de dioses.
Y
¿qué decir de la mirada?, de esa mirada mezcla de lujuria travesura y
descaro, que desde el fondo de sus ojos te esta incitando y que lo dice
todo. Es entonces cuando te ha derrotado,… y lo sabes. Sabes que por
mucho que trates de aparentar frialdad, no tienes nada que hacer ante su
embrujo.
Y
entonces te acercas, y la miras como pensando “si estuviéramos en casa
te ibas a enterar, pequeña”, pero mantienes la compostura, el resto de
gente y la situación te mantienen a raya, pero a la espera del menor
indicio para dar un zarpazo. Y te mantienes ahí, taladrándola con la
mirada y esperando a que ella haga o diga algo como “Venga tonto, que ya has sufrido bastante, ¡hazme tuya!”.
Es
ahí cuando, si la besas, los besos saben como nunca, cuando la pasión
se desborda, y ves que lo de la química es algo más que pura palabrería,
que se puede medir por los grados de temperatura de tu cuerpo, o por la
velocidad que tiene tu corazón al desbocarse.
En
ese momento, es cuando te das cuenta de que sí, de que los dos
sintonizáis en la misma frecuencia y que estáis pensando y sintiendo lo
mismo. A partir de ahí, lo mejor es dejar volar la imaginación para el
desenlace, y dejar que el estallido de pasión sea lo más intenso
posible. Pues no hay nada como devorarse a besos, y recorrerse a
caricias con la persona que uno quiere, para darse cuenta que uno esta
vivo.
Jose Antonio Rodríguez Clemente
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