Hay experiencias en la vida que marcan. El camino de Santiago es una de ellas. Si
te encuentras con alguien que lo haya hecho, siempre te hablará de las
penalidades que ha pasado: Las ampollas y otros problemas de los pies,
el calor, las distancias mal medidas, las interminables cuestas, etc.
Pero ninguno te dirá que se lo haya pasado mal, más bien al contrario,
te hablarán de que quieren repetir y… hacerlo completo!!!.
Y
es que marca a todos los que, y ahí ya me incluyo yo, lo hemos hecho.
Para mí ha habido o he tenido 2 caminos: Uno primero a Santiago, donde
la excusa es el camino, y lo importante de verdad es la gente y la gran
implicación con ella, tanto que al final sentí como si estuviera en unas
colonias o campamento de verano, eran mi familia, y cuando les dejé
aquel domingo, les echaba de menos porque ya formaban parte de mí y de
mi vida. Curioso lo que pueden dar de si un par de días.
Y
un segundo a Finisterre, muy corto si, pero a la vez intenso, y que fue
como más puro, y recogido, ideal para encontrarse con uno mismo, pero
en el que también encontré a gente increíble, y que también me marcó.
Confieso, que en esta segunda parte empecé sin ganas de relacionarme, no
tenía ganas de volver a empezar después del camino a Santiago. Pero la
vida es como es y aunque no quise, esa gente también me llegó y forman
también parte ya de mí.
Gracias a todos, sería injusto decir que están todos, pero sí son todos los que están:
A
las chicas de oro: Paula, Maria y Mari Cruz, por su energía y
vitalidad, su cariño y “adoptarme” como hijo. Son tantos los detalles…
aún recuerdo cuando apenas me habían conocido me estaban buscando por
aquel albergue de Astorga para dejarme una comida de puta madre, por la
pena que les había dado cuando me habían visto cenar pan con chocolate.
A
Helena la enfermera, por su desparpajo con la gente, y ser una mitad de
mi compañía. Pena que una lesión la dejase en el camino y no llegase, y
descanso de mis torturados oídos al dejar de formar ese estéreo con
Mariana de canciones de Joaquín Sabina, con que tan dulcemente me
torturaban.
A
Mariana la panameña, por ser la otra mitad con Helena y formar con ella
el estéreo de Joaquín Sabina, por su desparpajo y morro, por su
amistad, y por ser una gran compañera de viaje.
A Peter el estonio, por maravillarme de lo lejos que puede venir la gente para hacer el camino.
A la italiana-alemana, por su amistad sincera y enseñarme que existe el ladino, y todas las peculiaridades de “la Vila”.
A Cristiano el brasileño-madrileño, por su constante alegría y espontaneidad.
Al
trío de Alicante: Maria José, Alberto el novio de su hija, y su hija
Elena. Por formar ese extraño grupo, con una persona (Maria José) capaz
de vender la Cibeles a los Madrileños con su encanto y dulzura, un gran
tipo (Alberto) y una novia (Elena) que pese a estar tan buena no se
merece un tipo tan legal como su novio.
Al
trío de Barcelona, la chica que se parecía a Alanis Morrisette, la otra
chica y el chico, porque pese a estar un poco aislados del grupo,
demostraron ser buena gente cuando coincidí con ellos, y por su gesto de
la lavadora.
A
Eduardo y su amigo, los chicos de Toledo, por ser gente tan legal
(especialmente Eduardo con el que más hablé) y abierta, capaz de
relacionarse con cualquiera y por las timbas de burro que organizaban en
los albergues.
A
Pedro, el “cuidado no puedo decir nada” o el “altas esferas”, porque
pese a ser tan raro, era un tipo legal y majo, y al cual le debemos por
ejemplo ahorrarnos unos cuantos kilómetros y dormir en una buena cama en
lugar de tirados en una colchoneta en un polideportivo.
A
mis chicas de Navarra, las “excuñadas”: Ana y Arminda, y a Jose el de
Valencia, por ser tan buena gente, abiertos y amigos en fin que en un
solo día ya habíamos congeniado para ir todos juntos sino hubiera sido
porque nosotros seguimos a O Cebreiro.
Al
catalán de la perilla, por sus cojones para seguir pese a los intensos
dolores, ayudado por esas magníficas “chicas de Oro”; por su frase de
cariño a ellas de “pero señoras, ¿es que no se pueden estar un rato
quietas?”, un gran tipo sin duda.
A
Jaime, “el cantautor” de San Sebastián, por regalarnos aquella canción
suya con esos coros a lo “Así estoy yo sin ti” de Joaquín Sabina. Por
abrirse a contarnos su vida, y ser uno más al contar sus pecados y penas
en este magnífico camino de vida que es el Camino de Santiago.
A
Laura la italiana, por esa tremenda belleza suya tan propia de su
tierra, maravillarme por su dominio del español sin acento extranjero, y
su hipismo encantador.
Al
otro trío de Alicante, Luis, su rara mujer Maricarmen, y su cuñada.
Aunque sólo coincidí con ellos los primeros días, también eran gente
maja, abierta, formando parte del grupo como unos más.
A
Rubén el brasileño de Sao Paulo, porque pese a que roncaba como un
mamut el condenado, me permitió junto con otra gente practicar portugués
brasileño, y compartir grandes charlas con él en esos albergues de Dios
y al llegar a Santiago de Compostela.
Al
padre y su hija, especialmente al primero por pese a llevar una casa a
cuestas por mochila y acabar reventado como un mulo, le echaba un par de
cojones para acabar cueste lo que cueste la etapa.
Al
hombre de 79 años y su amigo el profesor de primaria Wenceslao, por ser
un ejemplo junto con las chicas de oro, de que cuando uno es mayor
puede ser joven por dentro.
A
la parejita de Madrid: Alberto y Bea. Hay personas que pasan por tu
vida que son como un cáncer y que te deprimen como si te chupasen la
vida, pues todo lo contrario como si un halo de paz y energía tuvieran,
eran ellos. Forman tan buena pareja, que como me dijo días después Vania
la portuguesa: “Se podía dibujar el amor alrededor de ellos”. Gracias
por su amistad tremenda, por ser tan buenísima gente, y enseñarme lo que
es el amor de verdad.
Y a la gente del epílogo, el camino de Santiago a Finisterre:
A Esteban el catalán, por ser tan pendenciero, en el buen sentido, vivir el camino tan intensamente y ser tan buena gente.
A la cantante de opera Estadounidense, por sus experiencias del camino portugués y de otra manera de ver el camino.
A la pareja y su hijo de holandeses, por ser gente tan maja y siempre dispuesta a hablar contigo y ayudarte.
A
David el soriano, por ser un tío tan sociable, y dispuesto a compartir
todo lo que tenía en aquel colegio abandonado en que nos tocó dormir.
A Alex y sus 3 amigos Madrileños, por darme de comer, y encontrarme tan a gusto con ellos.
A
Vania la portuguesa, por sus tremendas ganas y hambre de vivir, viajar,
y experiencias… con sólo 21 años!!!, y por regalarme su frase
definitoria de la parejita de Madrid.
Al
Sevillano, por su coraje de vivir, las experiencias de su hilo en el
foro que colgó para hacer el Camino de Santiago, y aquel momento mágico
de cuando se arrancó con la guitarra de aquel italiano a las puertas de
donde se daba la Compostela. Si hubiera puesto un gorro con monedas para
que echara la gente, se habría forrado.
Al
Mexicano, por sus experiencias, compartir estos momentos, y formar
parte del último cuarteto antes de despedirnos para volver a la vida
“normal”.
A todos ellos, gracias por los momentos compartidos, y ¡¡¡Buen Camino!!!
Jose “el madrileño”
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