De
nuevo me volvió a ocurrir, y me dejó ese regusto en la boca como si
todavía estuviera inmerso en lo que acababa de vivir, bueno, en lo que
sentí que vivía.
Fue
un sueño, sólo eso, pero mientras estaba en él, éste era la realidad, y
la realidad no existía. En él, yo estaba en el garaje de mi piso, al
lado de un coche que se supone era el mío, y me encontraba en una
situación donde había salido hacía poco tiempo de una relación, que no
me había dejado precisamente un buen recuerdo.
Como
si de una obra de Teatro se tratase, este era mi escenario y a partir
de ahí la realidad del sueño me sorprendía y tenía que actuar:
“¡Acción!”. Me aparece una chica, la cual a diferencia de lo que suele
ser normal en los sueños, la puedo definir perfectamente: Morena de pelo
largo y liso, cara ovalada, de rasgos suaves, de unos veintipocos años,
y aproximadamente entre 1.65 y 1.69m de altura. LLevaba
un abrigo corto tipo anorak azul marino o negro, sobre una camisa blanca
y unos vaqueros, y una mochila de color azul claro. Lo más curioso del
caso es que aunque le puedo ver la cara perfectamente, esa persona no es
nadie que exista en el mundo real. Mi imaginación, o mejor dicho mi
sueño, me pintaba perfectamente una persona que fuera del sueño no
existe.
La
chica entraba en el garaje de mi edificio, y se dirigía hacia mi con la
alegría de una colegiala que se va de excursión, de hecho para eso
habíamos quedado para irnos en mi coche. Mi mente, como si de repente me
iluminase una idea, me indicaba que ella era mi novia, una novia con la
que debía haber empezado hacía poco. Mi primer sentimiento era de
rechazo, ante esta situación impuesta, como diciendo ¿y esta tía quién
es, qué hace?.
La
chica se acercó y me dio el típico pico de saludo, y lo que más me
llamaba la atención era la alegría tranquila que desprendía, lo a gusto
que se la notaba estaba conmigo, y la buena predisposición que tenía,
como haciendo verdadero aquello que alguna vez leí de que “a medida que
una mujer se aproxima a los treinta, sus hormonas empiezan a cambiar y
ya no es tan acomodaticia”. Es ahí cuando imbuido en esta realidad, sin
que existiera la verdadera, cambia mi opinión como diciendo “esto es lo
que me toca vivir, ¿porqué rechazarlo y no disfrutar y vivirlo solo
porque ella sea tan joven?” El sueño no es que diera para mucho más como
historia, pero sí los sentimientos que –valga la redundancia- sentía:
Estaba a gusto, sobre todo por lo que transmitía, ya fuera por su
belleza, su alegría, su predisposición, ese estar juntos, o supongo… que
un poco de todo.
Y
desperté. Volviendo de repente a la realidad y con el regusto de las
emociones que el sueño me había proporcionado, con el regusto de esos
sentimientos. Como en aquella escena de Trainspotting donde llevan al
protagonista en una alfombra porque ha sufrido una sobredosis, y se ve
como éste está como en otro mundo, con su música de fondo, hasta que de
repente la inyección de turno le devuelve de golpe a este mundo.
Cuando
tomé conciencia de la verdadera realidad, me pregunté el porqué del
sueño. En principio no parecía responder a ninguna forma de expresar la
realidad, que es lo que los sueños suelen ser, ni la chica existía.
Descubrí que el origen, simplemente era algo que había visto. Había
alquilado ese mismo día una película, antes de la cual había visto el
trailer de otra, “Perdona si te llamo amor”, basada en el libro homónimo
de Federico Moccia.
Pero
eso no cambiaba nada, la razón ya daba igual, lo importante eran las
sensaciones vividas. Y es que es curioso como a veces sumergidos en el
mundo de los sueños, vivimos algo tan intensamente que luego al
despertar todavía sigue con nosotros, y si de las pesadillas nos
alegramos de escapar, con los sueños buenos e intensos volvemos a tratar
de vivirlos, ya sea para tratar de entenderlos o porque en el caso más
extremo, lamentamos habernos despertado de él.
Jose Antonio Rodríguez Clemente
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