Hay
que ver como a veces una imagen no vale más que mil palabras, sino un
millón, no ya por lo que significa sino por lo que provoca. El otro día
estuve limpiando el ordenador y me encontré una serie de fotos, y entre
ellas una. Una con una sonrisa, una sonrisa de esas que aunque no
quieras te embauca, y te hace sonreír a ti también.
Estaba
entre otras fotos, alguna de ellas con una sonrisa mejor estéticamente
(por aquello de sonreír con los ojos, etc.), pero esta me hipnotizó,
reflejaba a la vez inocencia, ternura y cierta complicidad con la
cámara. Parecía que se iba a arrancar a reír de un momento a otro, con
una risa entrecortada de esas que me vuelven loco, como la que tenía mi
hermano de pequeño, cambiándome la cara y poniéndome esa cara de tonto,
tonto si pero de felicidad.
Recuerdo
que una vez estuve trabajando en una farmacia, en la cual leí uno de
esos documentos que dejan las empresas para infundir la política que
quieren en sus empleados. En el documento contaba a modo de cuento, que
si muestras una sonrisa, incitas a la otra persona a sonreír, y que si
vas sonriendo por la vida, vas haciendo a la gente sonreír y por tanto
repartiendo buenas vibraciones. Era un cuento un poco absurdo, pero
cierto como la vida misma.
Y
es que la predisposición de uno para las cosas, para transmitir
vibraciones, como por ejemplo la sonrisa, puede ser fundamental para las
mismas. ¿Cuántas veces no la habremos cagado por meter malas
vibraciones o tensión donde, con una simple sonrisa y un par de buenas
palabras, se habría resuelto el problema?.
Por ello cuando nos veamos, muéstrame la mejor de tus sonrisas, yo te lo agradeceré, y los demás también.
Jose Antonio Rodríguez Clemente
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