martes, 20 de marzo de 2012

Ser un poco Feliz

"Yo sólo pido eso... estar tranquila. No pido más". Y aquellas palabras resonaron en mi cabeza con ecos de otra persona y otro momento. Curioso, eran las mismas palabras, la misma idea, el mismo sentimiento, expresado por dos personas que en principio nada tenían que ver.

Yendo más allá, y como si la extrapolación de una teoría fuera, me puse a pensar si podría llegar a ser "ley". Casi que sí, incluso yo mismo alguna vez lo había pensado, con otras palabras quizá, pero con una idea que tenía un fondo muy parecido. Incluso casi podría decir que algo de ello sentía en ese momento, y desde hacía tiempo.

En la simplificación que ha tenido mi vida en los últimos tiempos, es algo latente, solo quiero cosas normales, y no preocuparme por tonterías que no merecen la pena. Todos tenemos nuestra carga, nuestra pena en esta vida, como esas piedras que dejan los peregrinos del Camino de Santiago, como símbolo de sus pecados, en la "Cruz de Ferro"; y la mía ha obrado ese cambio.

Ahora que la música, una de las cosas más importantes en mi vida, tiene un punto de caducidad para mí, y que otras cosas más lastran mi “piedra”, huyo de ella y busco esa tranquilidad que decían esas personas, que he oído a otras, y que quizá... en el fondo busquemos un poco todos.

Y quizá, seguramente, yo, todos, busquemos de una forma u otra ser un poco feliz así, sólo pedimos eso, estar tranquilos: La luz de una mañana, el cariño de los nuestros, la sonrisa de nuestros hijos, sobrinos etc., una charla con amigos, una carrera popular con ellos, un paseo, un viaje, respirar, sonreír, reír, paz, tranquilidad, felicidad.

Y sentir eso que decía Paco Rabal en Pajarico: “Qué bien se está cuando se está bien”.

Jose Antonio Rodríguez Clemente

viernes, 2 de diciembre de 2011

Dos gotas en el mar (21 de noviembre de 2011)

Mi vida siempre fue un ir de aquí para allá, nada fijo, nada estable, sin patria, ni bandera, ni rey. Un barco en medio del mar sin puerto fijo donde arribar, solo en medio de la tempestad, que la vida de vez en cuando me ofrecía.

No voy a negar que, algún camino encontré, pero antes de que pudiese echar raíces partía en busca de otros mares. Lo reconozco, sentar la cabeza no fue lo mio, y alguna vez perdí el norte de mi rumbo.

Así me encontraba cuanto te conocí. Era un sábado cualquiera, Madrid, un bar como podría haber sido otro. Almas perdidas en la ciudad, en medio de un mar de gente. El mar siempre el mar, siempre la inmensidad.

Y allí, en medio de la multitud, nos cruzamos tú y yo, como dos gotas de agua. Dos gotas de agua que en ese mar se encontraron, y al chocar, despertaron a ese corazón que llevaban dentro. El mundo se paró, y allí comenzó nuestra historia.

Soledades encontradas, caminos cruzados que encontraron su destino, su sentido, su fin. Te convertiste en mi musa, mi inspiración, y hiciste que el amor que brotaba de tus caricias se convirtiese en la banda sonora de nuestras vidas. Un remanso de paz, un puerto fijo donde recalar, una casa, un hogar.

Y aún hoy cuando miro hacia atrás me pregunto que habría sido de mi vida sin ti. A merced de un viento cambiante, de un destino caprichoso que jugase conmigo como un juguete roto. Por eso al volver al presente lo valoro. Porque cuesta una vida encontrar tu sitio, y sólo un segundo perderlo.

Jose Antonio Rodríguez Clemente

Los Paraísos Perdidos (24 de septiembre de 2011)

Según nos vamos haciendo mayores miramos al pasado con ternura, mitificamos lo bueno, y olvidamos lo malo. Nuestra vida va produciendo recuerdos que disfrutamos como el café, reposadamente. Son los Paraísos perdidos, aquellos lugares, amigos, amores…

Esos colores, sabores, besos, objetos, olores… forman parte de historias que con el tiempo pasan a anécdota primero y a mito después. “¿Recuerdas aquella vez? ¿y como era?”, son típicos en las reuniones con nuestros amigos, donde revivimos esos momentos con una sonrisa cuando menos, y una carcajada en el que más. A veces, ya ni recordamos como realmente eran, sino como contábamos que eran.

Con el paso del tiempo, se va perdiendo empuje, energía, y los días se van volviendo más monótonos, y es entonces cuando añoramos ese pasado donde cada día era fresco y nuevo. A fin de cuentas, siempre que uno llega a un callejón sin salida acaba mirando hacia atrás.

Pero no es justo, sentimos melancolía porque olvidamos las estrecheces, las penurias o los fracasos amorosos. Cosas que también forman parte de él, y que nos alegramos de haber dejado atrás.

Recordamos los momentos álgidos, pero olvidamos los bajos. Curioso, nos pasamos la vida buscando encontrar el término medio, la estabilidad, la tranquilidad, y cuando lo encontramos acabamos añorando el tiempo cuando no lo teníamos.

Jose Antonio Rodríguez Clemente