“Si es que no me comprendes” dijo ella, y se quedó tan ancha. Como
quien dice una verdad evidente que sella el final de una discusión. Como
una lápida al caer sobre la tumba: ¡Plom!. La frase se las tenía, era
un tópico. No era la primera vez que la había oído, ya fuera en mi vida,
en la de otro, en una película, o en un programa de televisión.
En todas ellas la chica decía al chico la frase en cuestión,
quedándose ahí. Como regodeándose y disfrutando de una sensación de
mártir, y echándole la culpa a él, por supuesto, pues él era el que
tenía que descifrar el mensaje. Así es, porque debido a esas ganas que
tienen las mujeres de querer complicarlo todo, gracias a años y años de
educación con culebrones venezolanos, lo importante no es decirle algo a
él, sino encriptar un mensaje en una frase dejada sin acabar, y ver si
él lo descifra. Es como si tú o yo vamos a China, y nos ponemos a hablar
con la gente en español, y al ver que no nos responden, decimos “si es
que no me comprenden, la culpa es de ellos, deberían hablar español”; y
hala, ahí queda eso.
¿Quién no ha llegado a casa, y se ha encontrado a su chica de
morros?. Tú, preocupado le preguntas “¿Qué te pasa?”, y ella responde
“Nada”. Uuuy, a partir de ahí la has cagado machote. Da igual lo que
hagas. Solución número 1: Aplicas la lógica. Ha dicho nada pues es que
nada le sucede, y sigues con tus cosas. Ella se empeñará en hacerte la
vida imposible, hasta que llegues a la siguiente solución. Solución
número 2: Tú, preocupado porque ves algo raro, y en tu afán de ayudarla,
le insistes “¿de verdad que no te ocurre nada? ¿qué es lo que te
pasa?”, y ahí ella explota, se libera y te dice “¿Qué pasa, te lo tengo
que explicar?”. Que tu estás pensando, sí, por eso te pregunto, no soy
adivino. Y ella sigue, “Eso me pasa, ¡que no sabes lo que me pasa!”.
Una vez me tocó a mi, me dijeron la susodicha frase. “Si es que no me
comprendes”. Pero esta vez pensé, esta va a ser la mía: La discusión
continuó y decidí darle la vuelta a la situación, usar algo que ella no
supiera de mi y quejarme… de que ella no lo adivinara. “Si es que no me
comprendes”, la dije. La chica se quedó perpleja, descolocada, y
respondió “Pues no, no se… a ver cuéntame que te pasa”; a lo que yo
repliqué “¿Qué pasa, te lo tengo que explicar?”. Acababa de sufrir, lo
que los hombres llevamos siglos sufriendo.
Y es que no me sorprende. Si preguntáis a una mujer qué es lo que
espera de su relación con un hombre, siempre obtendréis una respuesta de
este tipo: “Busco alguien que me entienda, que me comprenda, que me
quiera, que me mime, que me haga reír, …”. Que me, que me, que me. Sin
embargo, si preguntáis a un hombre lo mismo de su relación con una
mujer, la respuesta más o menos será: “Alguien con quien compartir, y
hacer esto o lo otro…”. Vamos, que parece que mientras en el caso de los
hombres buscan una pareja, lo que buscan las mujeres es un jersey gordo
de lana, que las proteja y les de calorcito en el invierno.
Pero es que tú para ella eres eso, su valedor, quien consigue para
ella todas esas cosas: Su príncipe. O al menos eso espera que seas, si
quieres ser su pareja. Lo de que sea azul o no, supongo que es por
estética, porque un príncipe rosa… ya no sería un príncipe, sería el
osito de mimosín. Muy tierno, sí, pero muy poco creíble como príncipe.
Aún recuerdo, hablando una vez con una chica con la que estaba, de lo
que le gustaba en la cama. Su respuesta fue “si te lo digo, ¿qué gracia
tiene el asunto?”. Entonces tú piensas “ok, es una aventurera, una
“chica mala” que quiere probar cosas nuevas”, pero no, lo que quería era
que acertara, nada de método de ensayo y error; que lo adivinara, como
“si estuviera dentro de ella”. Y eso sólo conozco un hombre que lo haya
conseguido: Mel Gibson. Eso sí, era una película -En que piensan las
mujeres-, y para ello tenía que caerle un secador en la bañera,
disfrazado con pantys, uñas postizas, y rimmel. Y yo la verdad, paso de
que se me chamusquen las pelotas, y me encuentren al día siguiente con
esas pintas, que no se sabe si soy una drag queen o un bailarín
afeminado.
Por todo ello, creo que descifrar a las mujeres es como tratar de
resolver el principio de incertidumbre de Heisenberg: Algo eterno, lo
mejor es no planteárselo. Porque si alguien tan eminente como Sigmund
Freud, confesó tras años de sesudo estudio científico que “La gran
cuestión que no he sido capaz de responder, a pesar de mis treinta años
de estudio del alma femenina, es ¿Qué quieren las mujeres?”; no seré yo
quien lo haga.
Jose Antonio Rodríguez Clemente
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