miércoles, 17 de octubre de 2012

Y te vi bailar bajo la LLuvia

Sara no se lo podía creer, estaba allí, estaban allí junto al mar. Todo había terminado. La lluvia daba una cortina fina a la luz del amanecer, su pelo liso empapado por la lluvia albergaba un rostro cansado. Raúl la esperaba, aún seguía con los dolores que Juan, “el gordo”, le había dejado como recuerdo en forma de dos costillas rotas y un brazo en cabestrillo.

Las sirenas aún resonaban en el paseo marítimo, los coches patrulla que habían traído a Sara se habían quedado allí, el punto de encuentro era eso, un encuentro o reencuentro entre Sara y Raúl, y daba forma a lo que él le había prometido -“Volverás a reírte de veras, si te quedas conmigo”- unos días antes de que Juan “el gordo”, le hubiera dado con sus matones la paliza que esperaba sirviera de lección. “No hay más ley que la mía”, queriendo decir que el mundo se acababa allí y que no había más solución que esa. Aceptarlo. Y que el hecho de haber conocido a Sara en aquel día lluvioso de Marzo, no había servido más que para complicarle la vida. “Mujeres hay muchas, olvídate muchacho”, le volvía a decir “el gordo”, mientras él se preguntaba que habría sido de ella.

En la vida real siempre ganan los malos. Pero a veces esta vida tiene sus sorpresas, sus casualidades. O no. Porque aquel policía de paisano, que conoció apenas un par de días después y que le paró en la calle, iba a dejar su historia, la de él, la de ellos dos, en un punto y a parte, y no en un punto y final.

“Hace tiempo les venimos investigando, la mierda llega muy arriba, hay mucha gente implicada. Pero si tú, y tu chica -que alegría le dio a Raúl volver a pensar en Sara como su pareja otra vez- nos ayudáis, les tenemos cogidos por los huevos”.

Era complicado, ya un año antes una operación parecida se había ido al traste por un chivatazo. Gente poderosa. Con contactos. De los que entran por una puerta y salen por otra. Pero oliendo bien, a colonia cara, con pinta de ciudadano modelo.

Y sin embargo, allí estaban ellos dos, mirándose a los ojos, y la lluvia, aquella lluvia suave, cayendo. “Qué guapa estás con el pelo mojado”, le dijo a ella al ver su pelo lacio formando esos mechones compactos. Ella reflejaba en su cara el cansancio, el cansancio sí, pero con la felicidad de cuando todo ha terminado, de las endorfinas liberadas. De la paz.

Ella le miró, y su sonrisa tibia dio paso a un beso sentido, de esos que te tiembla el alma. Porque sabes que pones el alma en ello. Después de todo, de todo lo que habían vivido, de una vida en un túnel negro sin salida, allí estaban. Y puede que sí, que en la vida alguna vez ganen los buenos, que puedan finalizar la historia que la había traído a España, engañada y haciéndola sentir una mierda. Y puede que sí, que al final, el túnel tenga una luz, una salida, un inicio para esa otra vida que siempre habían imaginado vivir juntos. Por eso allí, en el Saler, en la orilla junto al mar, mientras ella le besaba, mientras con sus dos manos le agarraba con mucho cariño la cara, sintiéndola, haciéndola suya, con la música de las sirenas, y la luz del alba, y confundiendo sus lágrimas con las gotas de esa lluvia, era entonces cuando sentía que aquella vida sí merecía la pena vivirla.

Años después, Raúl recordaría al hablarle a Sara de ese día “…Y te vi sonreír por fin,…Y te vi bailar bajo la lluvia”.

Jose Antonio Rodríguez Clemente

martes, 25 de septiembre de 2012

La maldición del Príncipe adivino

“Si es que no me comprendes” dijo ella, y se quedó tan ancha. Como quien dice una verdad evidente que sella el final de una discusión. Como una lápida al caer sobre la tumba: ¡Plom!. La frase se las tenía, era un tópico. No era la primera vez que la había oído, ya fuera en mi vida, en la de otro, en una película, o en un programa de televisión.

En todas ellas la chica decía al chico la frase en cuestión, quedándose ahí. Como regodeándose y disfrutando de una sensación de mártir, y echándole la culpa a él, por supuesto, pues él era el que tenía que descifrar el mensaje. Así es, porque debido a esas ganas que tienen las mujeres de querer complicarlo todo, gracias a años y años de educación con culebrones venezolanos, lo importante no es decirle algo a él, sino encriptar un mensaje en una frase dejada sin acabar, y ver si él lo descifra. Es como si tú o yo vamos a China, y nos ponemos a hablar con la gente en español, y al ver que no nos responden, decimos “si es que no me comprenden, la culpa es de ellos, deberían hablar español”; y hala, ahí queda eso.

¿Quién no ha llegado a casa, y se ha encontrado a su chica de morros?. Tú, preocupado le preguntas “¿Qué te pasa?”, y ella responde “Nada”. Uuuy, a partir de ahí la has cagado machote. Da igual lo que hagas. Solución número 1: Aplicas la lógica. Ha dicho nada pues es que nada le sucede, y sigues con tus cosas. Ella se empeñará en hacerte la vida imposible, hasta que llegues a la siguiente solución. Solución número 2: Tú, preocupado porque ves algo raro, y en tu afán de ayudarla, le insistes “¿de verdad que no te ocurre nada? ¿qué es lo que te pasa?”, y ahí ella explota, se libera y te dice “¿Qué pasa, te lo tengo que explicar?”. Que tu estás pensando, sí, por eso te pregunto, no soy adivino. Y ella sigue, “Eso me pasa, ¡que no sabes lo que me pasa!”.

Una vez me tocó a mi, me dijeron la susodicha frase. “Si es que no me comprendes”. Pero esta vez pensé, esta va a ser la mía: La discusión continuó y decidí darle la vuelta a la situación, usar algo que ella no supiera de mi y quejarme… de que ella no lo adivinara. “Si es que no me comprendes”, la dije. La chica se quedó perpleja, descolocada, y respondió “Pues no, no se… a ver cuéntame que te pasa”; a lo que yo repliqué “¿Qué pasa, te lo tengo que explicar?”. Acababa de sufrir, lo que los hombres llevamos siglos sufriendo.

Y es que no me sorprende. Si preguntáis a una mujer qué es lo que espera de su relación con un hombre, siempre obtendréis una respuesta de este tipo: “Busco alguien que me entienda, que me comprenda, que me quiera, que me mime, que me haga reír, …”. Que me, que me, que me. Sin embargo, si preguntáis a un hombre lo mismo de su relación con una mujer, la respuesta más o menos será: “Alguien con quien compartir, y hacer esto o lo otro…”. Vamos, que parece que mientras en el caso de los hombres buscan una pareja, lo que buscan las mujeres es un jersey gordo de lana, que las proteja y les de calorcito en el invierno.

Pero es que tú para ella eres eso, su valedor, quien consigue para ella todas esas cosas: Su príncipe. O al menos eso espera que seas, si quieres ser su pareja. Lo de que sea azul o no, supongo que es por estética, porque un príncipe rosa… ya no sería un príncipe, sería el osito de mimosín. Muy tierno, sí, pero muy poco creíble como príncipe.

Aún recuerdo, hablando una vez con una chica con la que estaba, de lo que le gustaba en la cama. Su respuesta fue “si te lo digo, ¿qué gracia tiene el asunto?”. Entonces tú piensas “ok, es una aventurera, una “chica mala” que quiere probar cosas nuevas”, pero no, lo que quería era que acertara, nada de método de ensayo y error; que lo adivinara, como “si estuviera dentro de ella”. Y eso sólo conozco un hombre que lo haya conseguido: Mel Gibson. Eso sí, era una película -En que piensan las mujeres-, y para ello tenía que caerle un secador en la bañera, disfrazado con pantys, uñas postizas, y rimmel. Y yo la verdad, paso de que se me chamusquen las pelotas, y me encuentren al día siguiente con esas pintas, que no se sabe si soy una drag queen o un bailarín afeminado.

Por todo ello, creo que descifrar a las mujeres es como tratar de resolver el principio de incertidumbre de Heisenberg: Algo eterno, lo mejor es no planteárselo. Porque si alguien tan eminente como Sigmund Freud, confesó tras años de sesudo estudio científico que “La gran cuestión que no he sido capaz de responder, a pesar de mis treinta años de estudio del alma femenina, es ¿Qué quieren las mujeres?”; no seré yo quien lo haga.

Jose Antonio Rodríguez Clemente

jueves, 6 de septiembre de 2012

La Sorpresa Andaluza

Miércoles 23 de Agosto, me encuentro en la estación de Chester, un pueblo coqueto de origen romano en el noroeste de Inglaterra. Vengo de Buckley, del norte de Gales, donde he trabajado. El día ha sido duro, de mucho trabajo, y largo porque me he tenido que levantar a las 6 de la mañana para llegar allí. En, mi cara se refleja el cansancio, y afloran unas ojeras que empiezan a resaltar en contraste con la camisa blanca que llevo.

En medio de un bostezo, descubro entre la gente un rostro que me suena, tras quedarme unos segundos dudando y ella lo mismo, empiezo a esbozar un “your face looks familiar to me…” cuando la chica dice “¿Jose?”. No hay duda, su acento la delata, es española. Se trata de Eva, una andaluza de Sevilla, que conocí un par de semanas atrás, una noche junto a otras dos chicas de la misma ciudad y un chico de Cádiz llamado Jaime, con el que congenié y al final de la noche intercambié el número de teléfono. Él y una de las chicas, se quedaban para algo más de un mes, mientras que Eva y la otra iban solo para el fin de semana.

La chica es guapilla, gente maja, y junto a las otras dos rompe el tópico-verdad de los sevillanos (la hipocresía de que son muy abiertos por fuera, pero muy cerrados por dentro, o como una sevillana me dijo una vez “que te dicen, aquí me tienes cuenta conmigo, aquí esta mi casa. Y cuando vas te dicen ¿que haces aquí?”).

Viene con una chica granadina, que conoció en el avión, se cayeron bien y está haciendo juntas turismo por la zona. Tras la sorpresa inicial, los saludos y las presentaciones, nos subimos los 3 en el tren. En los 45 minutos que dura el viaje de vuelta a Liverpool, hablamos un poco de todo. Generalidades: Cómo es Chester o Liverpool, cómo son los ingleses, cómo está la situación en España. Nada trascendental. Pero con buen ambiente, y donde la chica que me ha presentado toma la iniciativa, y suele liderar la conversación.

Al llegar a mi estación me despido, “Jaime tiene mi número, si queréis, dadme un toque y nos vemos el finde”. Me despido con 2 besos, y me voy.

Ese fin de semana es el Mathew Street festival en Liverpool, un festival de música que presume de ser el más grande del mundo al aire libre gratis. No es para tanto, pero está bien. Quedo con mis amigos, y coincido con Eva, Jaime y la otra chica sevillana que se quedó para un mes, ya que han venido con el amigo común gracias al cual los conocí. La chica que me presentó en el tren no está, parece ser que se ha ido con sus amigos.

El día me recuerda a mis tiempos de la facultad: Botellón y música al aire libre de día. Buen rollo. Acabamos en un pub primero y luego en otro. Donde Eva, en medio de la festividad del momento, se convierte en objetivo de los tíos que buscan en el género femenino. “Toma, haznos una foto”, me dice uno de ellos. Ninguna de las 3 que hago refleja química entre los 2, sino a él más efusivo de lo normal, y a ella con una sensación de estar a gusto, pero vale, no más.

La noche sigue, y a eso de la media noche se despiden las 2 sevillanas y alguna otra gente. El día ha sido largo, y aún queda otro de fiesta. Los que nos quedamos, aguantamos un poco más y acabamos en el “fish and chips” de rigor, comiendo algo.

Miércoles 5 de septiembre. Acabo de llegar a casa de trabajar y el teléfono suena. Es Jorge al otro lado, el amigo común por el que conocí a esta gente. Después de los saludos y un par de palabras, entre carcajadas me dice “Que … que has ligado”. “¿Como (has dicho)? ¿que qué?”, respondo. Me comenta que le han dejado el Email, para dármelo, por si quiero mantener el contacto. El sabe, y por eso también se ríe, que no, que no estoy interesado, que tengo novia. El mail se lo ha pasado Eva, por whatsapp, con la que mantiene el contacto. Intuyo que se la ha pinchado.

Me comenta que le dice “que hubo feeling”, y que durante aquel viaje en tren, a la chica granadina le gusté, y que por tanto le ha dado su mail para que a través de Jorge me lo de a mi. Después de mi sorpresa inicial al oír ello, esbozo un “no hay quien entienda a las mujeres” por teléfono. Y tras un par de risas y un “ya me dirás como lo haces,… que colonia usas”, pasamos a otros temas.

Y así es, no hay quien las entienda, tienes predisposición y hay situación, y nada. Sin embargo, no la tienes y no hay situación para ello (ni mi apariencia física de ese día, ni la conversación sobre generalidades, daba pie a ello); y te encuentras con situaciones como esta.

Jose Antonio Rodríguez Clemente