Sara no se lo podía creer, estaba allí, estaban allí junto al mar.
Todo había terminado. La lluvia daba una cortina fina a la luz del
amanecer, su pelo liso empapado por la lluvia albergaba un rostro
cansado. Raúl la esperaba, aún seguía con los dolores que Juan, “el
gordo”, le había dejado como recuerdo en forma de dos costillas rotas y
un brazo en cabestrillo.
Las sirenas aún resonaban en el paseo marítimo, los coches patrulla
que habían traído a Sara se habían quedado allí, el punto de encuentro
era eso, un encuentro o reencuentro entre Sara y Raúl, y daba forma a lo
que él le había prometido -“Volverás a reírte de veras, si te quedas
conmigo”- unos días antes de que Juan “el gordo”, le hubiera dado con
sus matones la paliza que esperaba sirviera de lección. “No hay más ley
que la mía”, queriendo decir que el mundo se acababa allí y que no había
más solución que esa. Aceptarlo. Y que el hecho de haber conocido a
Sara en aquel día lluvioso de Marzo, no había servido más que para
complicarle la vida. “Mujeres hay muchas, olvídate muchacho”, le volvía a
decir “el gordo”, mientras él se preguntaba que habría sido de ella.
En la vida real siempre ganan los malos. Pero a veces esta vida tiene
sus sorpresas, sus casualidades. O no. Porque aquel policía de paisano,
que conoció apenas un par de días después y que le paró en la calle,
iba a dejar su historia, la de él, la de ellos dos, en un punto y a
parte, y no en un punto y final.
“Hace tiempo les venimos investigando, la mierda llega muy arriba,
hay mucha gente implicada. Pero si tú, y tu chica -que alegría le dio a
Raúl volver a pensar en Sara como su pareja otra vez- nos ayudáis, les
tenemos cogidos por los huevos”.
Era complicado, ya un año antes una operación parecida se había ido
al traste por un chivatazo. Gente poderosa. Con contactos. De los que
entran por una puerta y salen por otra. Pero oliendo bien, a colonia
cara, con pinta de ciudadano modelo.
Y sin embargo, allí estaban ellos dos, mirándose a los ojos, y la
lluvia, aquella lluvia suave, cayendo. “Qué guapa estás con el pelo
mojado”, le dijo a ella al ver su pelo lacio formando esos mechones
compactos. Ella reflejaba en su cara el cansancio, el cansancio sí, pero
con la felicidad de cuando todo ha terminado, de las endorfinas
liberadas. De la paz.
Ella le miró, y su sonrisa tibia dio paso a un beso sentido, de esos
que te tiembla el alma. Porque sabes que pones el alma en ello. Después
de todo, de todo lo que habían vivido, de una vida en un túnel negro sin
salida, allí estaban. Y puede que sí, que en la vida alguna vez ganen
los buenos, que puedan finalizar la historia que la había traído a
España, engañada y haciéndola sentir una mierda. Y puede que sí, que al
final, el túnel tenga una luz, una salida, un inicio para esa otra vida
que siempre habían imaginado vivir juntos. Por eso allí, en el Saler, en
la orilla junto al mar, mientras ella le besaba, mientras con sus dos
manos le agarraba con mucho cariño la cara, sintiéndola, haciéndola
suya, con la música de las sirenas, y la luz del alba, y confundiendo
sus lágrimas con las gotas de esa lluvia, era entonces cuando sentía que
aquella vida sí merecía la pena vivirla.
Años después, Raúl recordaría al hablarle a Sara de ese día “…Y te vi sonreír por fin,…Y te vi bailar bajo la lluvia”.
Jose Antonio Rodríguez Clemente